martes, 10 de mayo de 2011

Juglar



Descendiste de lo alto de tu trono y te paraste en la puerta de mi cabaña.
Yo cantaba solitario en un rincón y mi melodía encantó tu oído. Bajaste de
tu altura y te detuviste a la entrada de mi cabaña.
Muchos son los maestros cantores de tu palacio en cuyos aires, a toda hora,
vuela la música.
Pero el himno ingenuo de este aprendiz ganó tu amor. Yo musitaba una delgada
cadencia melancólica y tu oído supo distinguirla entre la gran sinfonía del mundo.
Y, con una flor como recompensa, bajaste y te detuviste en la puerta de mi cabaña
a escuchar la cancioncilla silvestre.